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conoce la historia de morgan el tití gris.
Hola soy Morgan, el mono tití que vestía de color naranja, blanco y gris, quien vivía su vida libre y feliz.
Vivía con mi manada en el bosque de esta mágica montaña, hasta que un día, tras pelear en una larga batalla, me encontraron con un ojo lastimado, junto a mi hermano, quién no logró sobrevivir de las garras del depredador.
Al principio sentí tanta tristeza que perdí las ganas de saltar y cantar. Sin embargo, las personas de esta casa me motivaron sin parar y me hicieron comprender lo valiente y fuerte que fuí.
Tras compartir sin parar, bromeamos y concluímos que yo lucía como el valiente pirata Morgan, y desde ahí me llamo así.
Con mi carisma y forma de ser, logré robarme el amor de las personas y poco a poco me alejé del bosque que me vio nacer y crecer. Luego de algunos años de compartir con esta familia, me volví muy travieso y juguetón.
Una vez Yolanda se daba la vuelta, saltaba a la cocina a probar sus delicias, destapaba las ollas, robaba la carne y degustaba de primeras la comida.
A veces, me convencía que ser hombre me daba placeres que en el bosque no tenía, pero mi torpeza lo impedía.
Tras una charla con Carlitos, reflexioné...
Recordé la alegría de saltar feliz de rama en rama, la dicha de comer guayabas sin parar y lo lindo de dormir bajo el arrullo de las estrellas.
Con emoción volví a sentir lo increíble que es la vida en el bosque y pensé que se acercaba la hora de decir adiós. Tras varios intentos fallidos, un día pasó por aquí una increíble manada. Estaba tomando una siesta en el árbol, hasta que escuché el canto de otros titís, que nunca olvidé.
Observé atento el pasar de los monos y lentamente, me acerqué, pero una vez más, fui rechazado por el macho alfa, quien cuidaba sigilosamente de todas las hembras de la manada.
Decidí demostrar la valentía de mi nombre y no darme por vencido, continué mi camino pese al rechazo, llevaba la mirada fija en la manada, iba dispuesto a asumir las consecuencias que mi persistencia trajera.
El macho de esa manada siguió su camino, no se percató de que atrás quedaba una hermosa hembra, con quien cruzamos miradas desde el inicio, ella me miraba con ternura, era como si nos conociéramos de antes.
Tras sentir este amor, me sentí seguro de proseguir en el camino, apresuré el salto tras ella, mientras la manada continuaba su marcha a metros de distancia.
Un poco alejada de la manada, ella me esperó y juntos cruzamos la quebrada hasta llegar a la cueva que se forma el charco de aguas de cristal donde nos detuvimos y danzamos juntos de bejuco en bejuco, jugando entre las ramas, sin darnos cuenta que la manada se había alejado.
Desde entonces Yolanda y su familia nombraron este lugar con mi nombre: La Cueva de Morgan.
Luego de un largo rato, nuestro camino se hizo dulce y tranquilo. Miré hacia atrás, despidiéndome de un pasado agridulce que me movió a regresar al bosque para ser feliz.
Ahora, cada vez que me cruzo en la montaña con otros titís, les cuento la especial amistad que hice aquí y les pido que pasen cantando sin parar, para agradecer con alegría el salvar mi vida.